Artículo de Miguel Jaén.
Vi por primera vez esta película en la televisión poco después de su estreno en los cines, o sea, en la época en la que todavía muchos padres no se planteaban si el contenido de lo que echaban por la tele era adecuado para sus hijos o no. Por aquel entonces yo solo era un crío y la cinta me marcó a fuego. No me refiero a que me acojonara y empezara a tener pesadillas por las noches; en el fondo, eso de que los niños fuesen quienes pudieran con los adultos me atraía tanto como a cualquier otro chiquillo. Pero reconozcámoslo, la sorprendente historia deja huella a cualquiera, sobre todo a tan tierna edad. Si el lector tiene hijos, ¡no dejen que la vean!
Para quien no conozca la trama, diré que va de un matrimonio guiri que decide pasar sus vacaciones en un lugar de la costa española, la ciudad ficticia de Benavís, aunque debido al ajetreo que se vive en ella, se marchan a una isla cercana y muy tranquila llamada Almanzora, también ficticia. Allí descubren que no hay ni un solo adulto, al menos vivo, y que a los niños del lugar les ha entrado unas ganas locas de deshacerse de todos los mayores a base de palos, cuchilladas, tijeretazos y cualquier otra cosa que pudiera utilizarse para tal menester. Lo dicho, una historia para no olvidar.
Todo este horror surgió de la mente del escritor Juan José Plans, quien lo convirtió en la novela El juego de los niños, publicada en 1976. En ese mismo año Narciso Ibáñez Serrador, el famoso Chicho del Un, dos, tres, decidió llevarla a la gran pantalla. El éxito de la cinta en taquilla fue al parecer modesto, sin embargo, para muchos fans del terror se ha convertido en una obra de culto, hasta el punto de que no son pocos quienes la califican como la mejor película del género filmada en tierras patrias.
Sin lugar a dudas, la película tiene un enorme valor icónico. La historia, como digo, es para no olvidar jamás, y queda muy bien reflejada en uno de los mejores planos de la cinta y que fue utilizada por muchas distribuidoras para el cartel. Me estoy refiriendo, por supuesto, a la imagen en la que se ve las piernas de un adulto, con un arma, enfrentado a una masa de niños con caritas de ángel.
La fotografía nos regala otros planos igual de icónicos por lo impactante de lo que nos muestran, como la aparición del primer cadáver, o ese en el que varios niños desnudan a una de sus víctimas. El entorno, tanto la ciudad de Benavís con sus fiestas y su ajetreo, y más todavía el pueblo de Almanzora, con su laberinto de calles encaladas hasta dejarnos ciegos, resultan cada una a su modo asfixiantes, y enmarcan los sucesos de forma especial. El trabajo de los actores resulta aceptable en el caso de los adultos, y bastante bueno en el de los niños.
Ahora bien, el resto de aspectos de la película, y muy especialmente su guion, me parecen muy decepcionantes. El ritmo es irregular. La primera media hora de la película podría haberse concentrado en solo unos minutos, engordada artificialmente por planos repetitivos y diálogos con pretendida sustancia pero que no la tienen. Aunque lo peor aparece después, cuando el matrimonio guiri ya se encuentra en la isla, y en la que los personajes actúan de forma poco creíble. Veamos algunos ejemplos:
- El protagonista es testigo de cómo una niña ataca con un bastón a un anciano. Corre a salvarlo y obliga a la niña a huir. Hasta aquí todo normal. Pero a continuación, ¿qué es lo que hace el protagonista? ¿Intenta ayudar de algún modo al anciano? ¿Corre hacia su esposa para huir con ella de la isla? ¿O, como si fuera una rata, sale pitando sin acordarse de su mujer? Pues no. Nada de eso. Simplemente encierra al anciano en un patio que había cerca, le entra a continuación un mareo, y se queda un rato más por ahí.
- Alertado por unos extraños ruidos, el protagonista regresa al patio donde dejó al anciano. Entreabre la puerta y comprueba que son los niños que están practicando un juego macabro con el cuerpo del anciano. ¿Qué hace ahora el protagonista? ¿Correr? ¿Gritar? Pues tampoco. Simplemente, cierra la puerta con parsimonia, y con la misma parsimonia acude a donde se encuentra su mujer, a la que asegura que no pasa nada de nada…
- Momentos después el matrimonio se encuentra con uno de los pocos adultos que quedan vivos en la isla, y que los tiene de corbata por todo lo que ha vivido durante las últimas horas por culpa de los niños. ¿Qué hacen? ¿Salen de la isla de una maldita vez? ¿Traman algún plan de huida? ¿Deciden combatir a los niños? ¡No, hombre, no, que eso sería muy estresante! Simplemente se ponen a tomar unas copas y a charlar con toda la tranquilidad del mundo.
- Etcétera.
Uno de los mayores pecados de las películas de terror no es tanto el de no dar miedo. ¿Quién puede matar a un niño? ni da ni pretende dar miedo, así como indudables obras maestras del terror como Los pájaros, El resplandor o Déjame entrar. El miedo no es el principal fin del terror, sino marcarte de por vida con historias fuera de lo común y profundamente desagradables. Este objetivo lo cumple con creces la película. El problema es que en demasiadas ocasiones me desespera y, horror de horrores, hasta me hace reír, que es precisamente el último objetivo de este género de películas.
En 2012 se filmó un remake titulado Juego de niños y dirigido por Makinov. Aunque casi todo en ella es prácticamente un calco de la de Chicho, llama la atención la corrección de la mayoría de los sinsentidos del guion de la original. Los personajes ahora parecen tener más sangre en las venas, actúan de manera más natural y, en consecuencia, es más fácil empatizar con ellos.
De todos modos, este remake ha pasado prácticamente desapercibido a pesar de estas mejoras. ¿Por qué? Soy de los que piensan que el guion no lo es todo en una película. Y creo que este remake lo demuestra, pues ha perdido casi toda la fuerza icónica de la original debido a que el resto de elementos narrativos también tienen menor intensidad. Como en toda cinta moderna que se precie, se muestra mucha más sangre y vísceras, lo que da más asquito que otra cosa. Su fotografía tira a mediocre, y sus únicos alardes se deben a que copia a la original. El asfixiante pueblo de blancura impoluta se transforma en una aldea sin nada de especial de la costa caribeña. Y hasta los niños, que turbaban por su expresión inocente en la original, apenas dejan huella en el remake porque pretenden poner caras de malote sin conseguirlo.
Así pues, ¿Quién puede matar a un niño? ha resultado ser para quien suscribe estas líneas una especie de montaña rusa, con vaivenes de alta calidad, como su valor icónico —insisto en el plano estrella que antes cité y que resume a la perfección la cinta—, con caídas en picado como su irregular guion.
Espero al menos que esta crítica no enfade demasiado a mis propios hijos, que los tengo cerca y empiezan a mirarme raro.
1 comentario en “¿QUIÉN PUEDE MATAR A UN NIÑO?”
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