El impermeable le llegaba hasta los tobillos. Era de tela gruesa, adecuado para una tormenta en el Pacífico. Bajo la capucha, gruesos goterones de sudor recorrían las mejillas del pescador.
—Joder, qué calor —murmuró.
Noche de bochorno, treinta y cuatro grados. Hasta la Luna parecía calentar.
Entró en la cabaña del campamento. Un hombre tan grande como él, sentado frente a la chimenea, afilaba con una piedra su machete. El arma tenía el tamaño adecuado para talar un árbol o degollar a un gorrino. Llevaba una careta de portero de hockey hielo, bastante sucia. El recién llegado colgó en la misma percha su impermeable y un garfio de estibador.
—¿Ha venido?
El tipo sentado hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta del dormitorio. Por ella se asomó otro, tan alto como ellos y bastante más gordo. La máscara de este era de cuero claro, no demasiado curtido, cosido con la destreza de un manco con parkinson. Hizo un gesto de saludo, se sentó en el sofá y encendió el viejo televisor de tubo. El pescador se acomodó a su lado, con una bolsa de palomitas.
—Este año se están retrasando los turistas —dijo.
El hombretón de la máscara casera asintió con un gemido. Por la pantalla desfilaron varios canales, hasta detenerse en un noticiario.
—El presidente Trump ha ordenado el confinamiento de toda la población americana, estadounidenses incluidos —dijo el locutor—. Están prohibidos los desplazamientos, especialmente a segundas residencias y a zonas de recreo veraniego.
Un machete voló desde detrás del sofá hasta clavarse en la pantalla. La imagen desapareció.
—Vaya mierda… —El pescador se levantó—. Tío, te has pasado. ¿Y ahora qué hacemos?
El tipo de la careta de hockey se encogió de hombros, cabizbajo. Después de pensar un segundo, agitó los brazos y soltó unos cuantos gemidos agudos.
—No, a las películas no. Estoy harto. Solo queréis representar vosotros. Y lo hacéis muy mal, no hay quién adivine un puto título.
Un instante de silencio, mientras todos pensaban. El gordo del sofá hizo el gesto de repartir naipes.
—¿A las cartas? Nos falta uno para un mus. Y a Freddy paso de llamarle. Cada vez que corta te hace una baraja nueva.
El de la careta se sentó junto a los otros. Los tres frente al televisor, del que sobresalía medio metro de machete. Cada poco, unas chispas recorrían la hoja hasta el mango.
—Sin turistas, con dos mudos y la tele jodida —dijo el pescador—. Mierda de confinamiento.