Isaías fue directo a la barra. Tenía hambre. Últimamente siempre tenía hambre.
—Unagnh racióngh degg sesossshh, porrr favorggh.
— Están del tiempo. ¿Se los caliento?
—Noggg, asíngh estánng biennng.
—¿Algo de beber?
—Ungh cafegnh solohhh. Connn sacarinanghhh.
Apenas se había bajado la mascarilla y masticaba el primer trozo, sonó el requiem de Mozart desde un bolsillo de su pantalón. A falta de servilletas, Isaías se limpió la mano en la chaqueta y miró en su móvil quién le llamaba. Frunció el ceño.
—¿Digangngn?
—…
—Siiiígg, soyggn yooohh.
—…
—Fuesgg mihih mujerghn, ayerrrhh mismoogg.
—…
—Yooo sologhg hehhh mordidofff aaa unnng señorrgh, estaagg mañanahhh…
—…
—Noghg, noghg séngn suuhh nombregtt. Noghg seehh meehh ocurrióngn preguntárselongg.
—…
—Puesssn ennn lagg plazanghh deehh Españajjj, aahh lasss diezgnt másss oon menossht.
—…
—Nooogg. Estoynngh ennn unnnh barrr.
—…
—¿Aaann casaghn? ¿Ahoraght mismooonnhh?
—…
—¿Cuarentenangngn? Joderrrgg.
—…
— Valeeegg, valeengh. Adióssshh.
El camarero, que le ponía el café, reaccionó ante su expresión azorada.
—Si quiere, se la pongo para llevar.
—Siiíng, porrr favorggh.
En un momento los sesos habían pasado al interior de un tupper y este a una bolsa de plástico. Isaías dejó un billete en la barra, se bebió el café de un trago y se guardó la sacarina en el bolsillo, con las vueltas.
Un chico joven que iba a entrar al bar se apartó al ver que salía. Isaías le sostuvo la puerta para que pasara, pero el chico negó con la cabeza. Se fue, arrastrando la pierna derecha, los brazos caídos. La bolsa casi rozaba el suelo.
CYLCON 
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