Dejar de procrastinar y sentarse frente al teclado es siempre difícil, incluso cuando se trata de escribir un artículo sobre una figura que te ha fascinado desde hace años. Quizá justo ese sea mi problema, que me guste demasiado el tema y que no me hayan puesto directrices específicas a seguir; y claro, seamos sinceros, habiendo leído todo lo que he leído sobre él, lo que he visto y escuchado, los pensamientos se me agolpan en las puntas de estos deditos que Dios me ha dado y no termina de salir ninguno. ¿Empiezo por la Biblia o mejor voy directo al Corán? ¿Usar el manual del juego de rol de Aquelarre como fuente de inspiración sería correcto o quizá lo suyo sea centrarme más en el Summa Daemoniaca de José Antonio Fortea? Ante todas estas cuestiones que me abruman sólo se me ocurre pensar que, efectivamente, hay algunas fuentes mejores, que otras; textos que podríamos considerar más ciertos.
El caso es que esta suerte de Caja de Pandora de demonología barata que es mi cabeza ha ido remezclando un poco tanto realidad como la ficción con, incluso, mi propia idea del Príncipe del Infierno, mi buen y querido Fer. Al final todo son complicaciones.
En fin, dejémonos de desvaríos vacíos que no llevan a nada y vayamos al meollo del asunto, a la presentación del protagonista de este artículo: Lucifer.
Y aquí justo nos encontramos con el primer problema: ¿quién diablos es Lucifer?
Como toda buena historia, habrá que empezar por el principio: Dios está solo, se aburre, crea un ejército de ángeles y entre ellos hay un querubín poderoso, hermoso, sexy (sólo hay que ver a Tom Ellis, por favor) y elegante… Una estrella del Rock Angelical, básicamente. Pero ¡oh, dramático giro de los acontecimientos!, ese ángel se rebela porque se cree mejor que su Creador:
¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones.
*Se limpia una lagrimilla, emocionado: ¡es todo tan bonito!*
Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. (Isaías 14:12-14)
Esta es, al menos, la versión bíblica (aunque se dice también que va dedicado a un rey babilónico, si mal no recuerdo). Curiosamente, en ningún momento se menciona un nombre: lucifer no es más que lucero en latín. Y antiguamente se consideraban a todas las estrellas ángeles. Pero claro, si pones a alguien a traducir y este comete un pequeño error, un “dejamos Lucifer en vez de Lucero del Alba, como nombre propio”, surge así una figura maravillosa. Efectivamente, no hay ningún Lucifer en la Biblia. Al Mal se le conoce con el nombre de Satán (o Satanás), que significa el Adversario, el Enemigo. En el Nuevo Testamento se le llama en alguna ocasión Diablo. Esto nos pone en una situación un tanto delicada: ¿Vanpiro esiste? Quiero decir… ¿Lucifer existe? Bueno, según el padre José Antonio Fortea, la respuesta es sí, Lucifer anda por ahí haciendo de las suyas; pero no nos engañemos, Fer no es Satanás; de esa opinión también era el exorcista Gabriele Amorth, quien diría que Lucifer, el ángel más alto, la mayor obra de Dios, estaría en el Infierno, pero no sería el más importante ni mucho menos: habría un demonio por encima de él en la jerarquía Infernal, Satán, que es el más maligno de los demonios y que supera en maldad a nuestro querido Fer. Una tesis parecida sostiene el gnosticismo. Los gnósticos consideran a Satanás y a Lucifer personajes diferentes: uno es el mal, un terrible demonio, y el otro viene a ser el Mr Wonderful del Mal, el Divino Tentador (supongo que es una tentación porque está divino, je) y el joven rebelde.
Todo esto nos deja ante una pregunta de lo más interesante: ¿quién es Satanás? Bien, si nos centramos en el judaísmo, Satán no es un nombre propio, sino el título de un ángel subordinado a Dios (Yahveh). Para los judíos, Satán no hace el mal, sino que ejerce un papel de policía indicándole a Dios las malas inclinaciones y acciones de la Humanidad; no tiene poder, salvo que se lo otorgue Dios o los hombres empiecen a pecar como si no hubiera un mañana.
Por otra parte, según algunos evangelios sinópticos, Satán es nada más y nada menos que Belcebú, el Señor de las Moscas (que sí sale tanto en la Biblia Hebrea como en el Nuevo Testamento). También podría ser Belial (derivado de Baal, antiguo dios de cuyo nombre deriva también Belcebú), quien es mencionado un par de veces. A quien también podemos encontrar en las Sagradas Escrituras es a Abaddon, del que se dice en el Apocalipsis que es el ángel que gobierna el Inframundo. Siendo el gobernante de tan impío reino, podríamos pensar que por nos hemos topado con ese tal Satanás, el Rey de los Demonios; sin embargo, hay que tener en cuenta que otras fuentes lo citan como aquel que guarda las llaves del Averno para Dios. Incluso en el Libro de Job aparece como si fuera la Muerte… ¿podría ser un ángel de la muerte? ¿No era ese Azrael? Vaya usted a saber. Como último candidato, pero no por ello menos importante, si rebuscamos otro poco podemos cruzarnos casi por casualidad con un demonio también muy literario: Mefistófeles, quien se ha ganado un hueco no sólo en el folclore alemán, sino en el de todo el mundo, pasando de ser un siervo de Lucifer (según el Fausto de Goethe) a convertirse en el mismísimo Satanás. Como nombre, a mí me parece mucho más interesante, también os digo.
Sobre quién ostenta la maldita corona del Infierno podríamos tirarnos horas hablando. Fijaos si el tema da de sí, que hay algunas tradiciones que van incluso más allá y dicen que el Averno está gobernado por una especie de triunvirato formado por Lucifer, Satanás y Belcebú. ¿Esto dónde dejaría al bueno de Astaroth? No sabría deciros, porque si bien a Astaroth se le conoce también como el Príncipe de las Mentiras, se dice que Satanás (o Lucifer) es el Inventor y el Maestro de todas las Mentiras (así se le nombra en el Exorcismo del Ritual Romano del siglo XVII). Podríamos entrar en un bucle infinito y al final acabaríamos todos locos. O en el Infierno.
Pero sigamos con la búsqueda del nombre del Adversario: en el Libro de Enoch (libro intertestamentario que forma parte del canon de la Biblia de la Iglesia Copta) aparecen nombres como Semjanza y Azazel, que no dejan de ser ángeles caídos. Sin embargo, yo a estos dos (y a muchos ángeles que cayeron con ellos) los descartaría como Satanás ya que, si leemos el Libro de Enoch, vemos que pertenecen a los Bene Ha Elohim (también llamados Grigori), unos celestiales enviados a la tierra con la función de Vigilantes que se enamoraron de las humanas (es que hay algunas que como para no enamorarse, Dios debería ser un poco más comprensivo) y que de esa unión nacieron los Nephilim, una suerte de raza de gigantes cuya existencia es el verdadero origen del Diluvio Universal, mandado por Dios para aniquilarlos. El caso es que esos ángeles, además de pecar, enseñaron conocimientos que debían haber permanecido ocultos a la Humanidad (¿alguien más ha pensado en Prometeo y el Fuego de los Dioses?), y Dios, que es muy suyo, mandó “arrestarlos”, encadenándolos a la tierra y expulsados del Cielo (al final va a resultar que el Cielo está vacío con tanta expulsión).
Qué complicado todo.
Entonces, ¿quién se rebeló? ¿Lucifer? ¿Abaddon? ¿Belcebú? Para saberlo, podríamos preguntarle a Dios, pero dudo que vaya a contestar mis dudas al respecto. Lo que sí que sabemos es que ese lucero del alba, ese ángel (en este caso un arcángel) que se rebeló sí tenía nombre propio en el Corán: Iblis. Y este nombre aparece, nada más y nada menos, que nueve veces (número que dudo mucho que sea una casualidad, teniendo en cuenta el cuidado que ponen tanto en la Biblia como en el Corán con ellos). Vamos a suponer que aquí no hubo problemas de traducción.
Si bien la causa de la rebelión de Iblis sigue siendo el orgullo y la soberbia, no se debe a lo que comúnmente sabemos de Lucifer, que quería ser más que Dios, que quería poner su trono por encima del Creador. No, Iblis se negó a arrodillarse frente *redoble de tambores* el hombre. Según el Corán, al tal Iblis no le debió hacer ninguna gracia tener que presentar sus respetos ante esa criatura hecha de barro cocido habiendo sido él creado del fuego de Dios. Como se negó, Dios, en un alarde de originalidad, se puso quisquilloso, lo desterró del Cielo y lo condenó al Infierno. Más tarde, Iblis le pediría poder engañar a Adán y a sus descendientes y Dios le dijo que vale, que todo correcto.
Como demonio tentador, en el cristianismo tenemos la idea de que fue Satanás, incluso Lucifer (no sabíamos nada de un tal Iblis), quien ofreció a Eva la manzana del Árbol del Conocimiento. Una vez más, la Biblia no dice nada al respecto, sólo habla de un demonio en forma de serpiente (quizá se asumió que era la misma serpiente de la que habla el Apocalipsis); es más, cuando se escribe el Génesis ni siquiera la idea de El Adversario se ha desarrollado.
Aún así, ¿cómo es posible que todos pensemos que fue Lucifer quien tentó a Eva (ahora ya sabemos que fue Crownley gracias a Pratchett y Gaiman) cuando no se dice en ninguna fuente oficial? Para responder a esta pregunta (una de tantas), debemos volver a 1667 y conocer a un tal John Milton, autor de un libro titulado El Paraíso Perdido. Este libro fue un fenómeno social (al igual que La Divina Comedia de Dante Alighieri). En él, Milton habla de Lucifer, de su rebelión y de la caída en desgracia de Adán y Eva. Y bueno, la ficción en este caso superó a la realidad y se impuso en la memoria colectiva a base de verso y epopeya.
Aunque la opinión general es que la mitología judeocristiana equiparó a Satán con Hades, creo que es posible también que los versos de Milton sean los causantes de que creamos que Lucifer gobierna el Infierno o que vive allí abajo, donde todo es azufre y crujir de dientes. Lo digo porque, obviando el hecho de que hay quien dice que estaría segundo en la jerarquía infernal, en ninguna parte de la Biblia encontraremos a un Satanás en el infierno: sólo se dice que acabará allí enjaulado por los siglos de los siglos, tras el Juicio Final.
Es más, en el libro de Job (aparte de arruinarle la vida al pobre Job, aunque sea sólo después de que Dios le dé permiso) se comenta que Lucifer vaga por la Tierra y que puede regresar el Cielo siempre que quiera. Sólo es con la muerte en la cruz de Jesucristo cuando Satanás queda expulsado una vez por todas del Cielo sin capacidad de regresar a él ni siquiera para poder visitar a sus hermanos. De ahí este versículo:
“alegraos, ¡oh cielos, y los que moráis en ellos! ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros, teniendo grande ira…” (Ap 12:12).
Sea por diversión o por miedo, lo cierto es que a Lucifer se le han otorgado increíbles poderes, equiparándolo no sólo a Jesús, sino al propio Dios. Vamos, que hemos hecho de él un superhéroe del pecado. No obstante, si nos centramos en las fuentes oficiales nos encontramos con que el pobre Satán no hace nada: le arruina la vida a Job, sí, pero sólo cuando Dios le da el OK. No tortura, no gobierna nada y ni tan siquiera puede llevarse a un pobre desgraciado al Infierno. Es más, en la Batalla Final está predestinado a perder y a ser encerrado en una jaula.
Aún así, no es el mindundi que parece ser: Lucifer no deja de ser un ser espiritual de naturaleza angélica condenado eternamente con la mente retorcida por el pecado y experto en mentir y tentar. Eso lo convierte no sólo en el señor de todas las naciones del Mundo (así se le llama en el Nuevo Testamento y con este poder intenta seducir a Jesús), sino en alguien capaz de retorcer nuestros propios pensamientos y llevarnos a rechazar al Creador y a todo lo que ello conlleva. Y pocas cosas hay peores que quien no tiene nada que perder…
Bien, hemos hablado de su origen, sus poderes, su nombre… Ahora sólo nos queda centrarnos en su infernal aspecto: se le ha representado como un dragón, una serpiente, un macho cabrío, una suerte de fauno o un hombre o mujer de belleza más allá de lo imaginable. Algunos le dibujaron cuernos, otros le añadieron un rabo y otros le otorgaron un tridente a modo de cetro. Con alas o sin ellas, quizá sólo con una, pelirrojo o moreno (otra vez pensando en Tom Ellis, el Cuerpo del Pecado; si ese señor es Lucifer sólo puedo decir “Satán, soy todo tuyo”), se han hecho cuadros, películas, series y estatuas en su honor. Y, sin embargo, no es nada de eso. ¿Cómo lo sé? Pues muy sencillo: Satán no tiene forma física.
Recapitulando, ¿quién es Lucifer? ¿Es arcángel, querubín, error de traducción? Lo único que tengo claro es que Fer, mi buen y querido Fer es, nada más y nada menos, quien tú quieres que sea. Se llame Lucifer, Satanás, Satán o María de las Mercedes, el Diablo ha sido, es y será una figura enigmática y atractiva que se ha ganado a pulso un hueco en el corazón de la cultura popular como inspiración de esculturas, cuadros, libros, películas, canciones y sinfonías. Protagonista de tragicomedias, cuentos, historias y leyendas por medio mundo, se le han otorgado todo tipo poderes increíbles, se le ha considerado un luchador, un rebelde, un faro en la Oscruidad; para algunos es la mano izquierda de Dios, el encargado de juzgar, de castigar, y de ejercer el papel que el Creador le otorgó. Para otros es el Opositor, aquel que busca desbaratar todos los planes de Dios. Símbolo de Libertad, encarnación del Mal, figura de Hijo Pródigo, o quizá tu sueño más húmedo, lo que está claro es que es una figura apasionante.
Hummm… es cosa mía, ¿o empieza a oler a azufre?
Cándido Pérez- Segurado
@elbardodelmetal
Oh, yo creo que el origen de Satán es mucho más sencillo que todo eso. Los judíos se emperraron en ser tan recalcitrantemente monoteístas (por llevar la contraria a tooodas las religiones de su época, vaya) que tanto el bien como el mal emanaban del mismo tipo, Yhavé, y que el mal era justicia retributiva por no cumplir su voluntad. Hasta que al pueblo judío se le infló toda la genitalia: mala cosa juntar concepto de justicia retributiva (te pasan cosas malas porque te lo mereces) con pueblo muy castigado por presecuciones, esclavitud y destierros… y con ser superior psicópata, porque telita el Yahvé del Antiguo Testamento. Mi teoría se confirma en lo tardío de su aparición en textos sagrados: es un parche, un «mal necesario» nunca mejor dicho. Pero debo decir que aunque tardío, su debut bíblico es espectacular. De hecho creo que puede ser el primer «sujétame el cubata» de la Historia documentado por escrito.
Gran artículo, Cándido.
Me gustaLe gusta a 2 personas
Comparto la idea de que Lucifer es un segundón guaperas.
Buenísimo artículo. Enhorabuena
Me gustaLe gusta a 3 personas
Y si tan incierta es su existencia ¿Qué hace nuestro rico refranero castellano plagado de alusiones a su ser? Nuestros ancestros nos han educado en la cultura popular de temerle porque es el responsable de todo lo malo, a saber: a quién Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos; . Si el hombre es fuego y la mujer estopa llega el diablo y sopla. El que teme al diablo es que conoce a Dios (ya se sabe que unos tienen la fama y otros cardan la lana); las armas, de toda la vida, las ha cargado el diablo, y además sabe más por viejo que por diablo, o sea que lleva ahí una eternidad. Y en una eternidad da tiempo a aburrirse así que cuando no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas. Pero ¿lo hace todo el solo? ¿Quién dice que el diablo no tiene hermanas? Aunque por si acaso, el diablo creó a la suegra porque no puede estar en todas partes. Pero es selectivo y hace muy bien su trabajo, por eso nos decían que bien sabe el diablo a quien se le aparece, o sea que tampoco nosotros somos unos benditos. Y comentemos pecados y tenemos vicios, porque a quien ni fuma ni bebe, el diablo le lleva por otros caminos.
Así que ahora ¿Qué hago con todas esas cosas que me decía mi abuela, después de leer tu artículo? Porque lo que está claro es que Luci no es más que un pringaete porque a alguien tenían que echarle la culpa de todo lo que no podían culpar a Dios. Así que entre lineas lo crearon y entre nosotros se quedó.
Magnífico artículo Cándido!!!
Me gustaLe gusta a 1 persona