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Top 9 peores consejos de escritura (volumen 2), un ranking de Kate Lynnon

¡Buenos días, blogosfera! Los que casi llegan tarde esta vez te saludan.

Sí, por fin ha llegado el momento. Lleváis más de un año esperándolo, como decían en aquel anuncio de turrón de chocolate Suchard, y lo sabéis. Es época de NaNoWriMo, y con ella se vienen cositas: ¡la segunda parte de vuestro Top 9 favorito! Para vosotros, escritores y lectores. (¿Qué me pasa hoy con lo de citar anuncios?)

Ya sabéis de qué va esto, así que no voy a alargar más la introducción. Let’s get down to business.

9 «ERES/NO ERES ESCRITOR DE VERDAD SI…»

Empiezo por aquí porque este me parece ton-tí-si-mo. Me refiero a esas frases lapidarias del estilo «No mereces llamarte escritor si no escribes todos los días/has publicado con editorial/vendido X número de copias/escribir es tu único trabajo y te pagan por ello», pero también a la gente poseída por el espíritu de Mr Wonderful que va por ahí vomitando arcoíris con eslóganes como «No pasa nada si no has publicado jamás/no has terminado una maldita historia en tu vida/cometes atrocidades ortográficas hasta en la lista de la compra, eres escritor y te queremos igual». La próxima vez que vayáis a soltar una perla de esas, mejor imprimidla en papel higiénico para que podamos limpiarnos el trasero con ella.

«Pero, Kate», decís mientras claváis en mi pupila vuestra pupila azul, «Entonces, ¿qué es un Escritor™?». Podría daros mi definición, pero no lo voy a hacer porque… a nadie le importa. O no debería importarle. Definíos como os dé la gana en lugar de dejar que lo hagan los demás por vosotros y sed felices. Punto.

8 «ESCRIBE DE LO QUE SABES»

Otro clásico. Debo decir que, en palabras del sabio Homer Simpson, «no le falta razón y no le sobra razón». Pero hay que cogerlo con pinzas.

Por un lado, no es buena idea eso de meterte en aguas turbulentas si vas justo de habilidades natatorias. O sea, ese famoso deporte nacional de hablar de un tema sin tener ni puta idea no queda muy bien aplicado a la escritura, pues si das con un lector que sí lo controla, ya lo has perdido. Es uno de los motivos por los que la mayoría de policías, detectives y similares no leen thrillers ni ven series de esos géneros a no ser que sea para mofarse, pues cualquier parecido con su día a día es pura coincidencia. O por el que tus amigos que entienden algo de medicina hacen facepalm cuando hablas de dejar a alguien inconsciente al instante con cloroformo o de asfixiarlo con una almohada.

Por otro lado, ¿no estaríamos tremendamente limitados si nos cerrásemos en exclusiva a nuestros dominios? Yo misma, por ejemplo, tendré una carrera y un máster, pero para muchas cosas me considero prima hermana de Jon Nieve o una ijnorante de la vida, como decía el tipo de Aquí no hay quien viva. ¡Si no tengo claro ni cómo funcionan las pensiones, Hulio! Si tuviera que basarme solo en mi propia experiencia, mis personajes vivirían solo en las mismas cuatro o cinco ciudades, serían profesores de idiomas de la época actual y no aparecería un solo hombre en toda la historia.

¡Vaya! Si tan solo hubiera alguna manera de escribir sobre experiencias que no hemos vivido sin meter la pata…

¡Espera! ¡La hay! Se llama buscar información. Si sois como yo y la idea de ir a la biblioteca más cercana o de tener que hacer un montón de búsquedas en Google que tal vez no os lleven a ninguna parte os da pereza, también está mi forma favorita de documentarse: preguntar a otra gente. Como leí en alguna parte, «lo importante no es saber, sino tener el teléfono del que sabe».

Y también está lo de escribir fantasía para así inventarte una vara mágica que deja a la gente inconsciente con un toquecito de nada y un mundo en el que el dinero de los jubilados crece literalmente de los árboles. A ver quién tiene huevos de decirme que las cosas no funcionan así.

7 «LAS COMAS SE USAN PARA MARCAR LAS PAUSAS DEL DISCURSO»

Ehm… casi, pero no. Mis profesores de Lengua de la carrera te están llamando de todo ahora mismo.

¡Ah, la coma! Ese signo de puntuación tan corriente, tan abusado, tan incomprendido. Los puntos son un abismo. El punto y coma es elegante y académico. La coma, en cambio, es familiar e impone poco; por eso, nos atrevemos con ella, sentimos que la dominamos. Y al final es ella quien nos acaba venciendo a nosotros.

El principal error es pensar que podemos guiarnos siempre por la entonación para poner las comas. Es decir, que allá donde hay una pausa, una pequeña subida de tono, se coloca una coma. En realidad las reglas son algo más complejas que eso, pero en otras fuentes os lo explicarán mucho mejor que yo (aunque me joda citar a la RAE). Por cosas como esa es por las que se acaban colando tan a menudo las perversas comas entre sujeto y predicado, que no siempre son fáciles de detectar. Sin embargo, las personas que se creen que lo saben todo, no se molestarán en leer la explicación.

Y sí, la última coma de la frase anterior es incorrecta. Si os han sangrado los ojos al verla, aún hay esperanza para vosotros.

6 «PARA APRENDER A ESCRIBIR NOVELAS LO MEJOR ES EMPEZAR ESCRIBIENDO RELATOS»

Mentira cochina. Siguiente punto.

Es broma. De nuevo, hay que matizar. Es cierto que para alguien que está empezando a escribir, embarcarse en una novela de 50.000 palabras (o incluso menos, según el caso), una trilogía o cualquier otro proyecto largo puede ser abrumador y suponer demasiado esfuerzo y una gran inversión temporal. Seguramente haya más probabilidades de abandono y que este sea más doloroso al meterse en un embolao de tal calibre que en algo más manejable como pueda ser un relato.

Y ahora viene el pero. En primer lugar, no todos los escritores —novatos o veteranos, de brújula o de mapa o de GPS cuántico con turborrayo, publicados o no, rubios o morenos— funcionamos igual. Hay gente que se siente más cómoda con el formato breve y gente que prefiere tener espacio para explayarse. La manera correcta de iniciarse es, por lo tanto, la que mejor le venga a cada cual. Y punto.

En segundo, por mucho que haya quien no se lo cree, un relato no es simplemente una novela en miniatura. O no siempre, al menos. No me considero una experta en la materia en absoluto, pero los recursos, las reglas y la estructura de la novela y del relato me parecen muy distintos, aunque algunas herramientas puedan servir para ambas cosas.

5 «EL PERO Y EL DIJO ESTÁN MUERTOS»

Tú sí que vas a estar muerto como te pille, Alfonso.

Que sí, que el español es un idioma muy rico en sinónimos. Que todos (yo misma me incluyo) nos hemos emparanoiado con el tema de las repeticiones innecesarias hasta volvernos locos. Que los excesos no son buenos. Que sí, pesados.

Lo que pasa es que nos hemos equivocado de enemigo.

Y, de paso, hemos confundido abuso con uso. «Pero» es una palabra común y bien bonita, que no entorpece la lectura en absoluto. No digo que metamos uno cada dos frases, dudo que haga falta más de uno por párrafo, solo que los malabares que acabamos haciendo para evitarlo se convierten en una pesadilla. Así, pueden pasar dos cosas: o bien que nos pasemos tres pueblos con los «sin embargos» y los «no obstantes», que dan a los textos un ritmillo un tanto cansino, o bien que recurramos al «mas», que no se utiliza desde el año 400 antes de Jordi. ¿Quién necesita ser tan adversativo, de todos modos?

En cuanto a los verba dicendi, que es la traducción al español pedante del famoso «dijo», cuenta la leyenda que si eres capaz de escribir una página entera de diálogos sin poner ni uno, los de MB Juegos se presentan en tu casa y te coronan campeón mundial del Tabú. Por lo demás, empollarse ochocientos sinónimos para cada situación, como «aventuró», «relató», «convino», «arguyó» y un largo etcétera sirve para más bien poco. No hay ninguna ley que obligue a que cada línea de diálogo lleve su acotación; solo las necesitas cuando hay más de dos personajes hablando y los lectores pueden perderse con quién ha dicho… perdón, emitido cada cosa. En esos casos, la gracia del «dijo» es que pasa desapercibido: nuestro cerebro solo se fija en el nombre que aparece a su lado, como por arte de magia, y no tiene que realizar el esfuerzo adicional de registrar si esa persona habló a gritos, en voz baja, sin vocalizar o si estaba en desacuerdo con su interlocutor. Y si os parece que os está quedando muy repetitivo, siempre podéis apoyaros en otro tipo de detalles: ¿qué gestos estaba haciendo el hablante? ¿Se sonrojó mientras soltaba su frase? ¿Sonrió? ¿Interactuó con el espacio o con sus oyentes?

4 «LA PRIMERA PERSONA PRESENTE ES DE NOVATOS»

Oh, seven nine hells! ¿Cuántas veces he usado ya el gif de Bender? No importa, metedlo otra vez.

Podría haber dejado este punto más abajo porque, al final, es una mera cuestión de gustos. Sé de lectores que detestan que un libro esté narrado en presente y en primera persona; a mí, personalmente, me gusta. Y me encanta escribir así. Creo que es la mejor manera de conectar con tu protagonista y de hacer que este conecte con quienes te leen.

«Pero es que escribir en primera persona presente es demasiado fácil», «Es el truco de la gente vaga que no quiere describir», «Siempre te acabas yendo por las ramas». No, no y no. Bueno, lo de que sea más fácil no lo discuto porque para mí sí lo es: soy una fanática de los diálogos, y ese estilo más cercano y desenfadado me permite entablar una conversación conmigo misma y con el lector (no hay más que fijarse en cómo me expreso en estos artículos para darse cuenta de que esa es mi salsa). Son las otras dos las que me tocan el interruptor berserker.

Claaaaro, porque lo de divagar solo te puede pasar si cuentas la historia desde el punto de vista íntimo del personaje principal. Los autores enamorados de su worldbuilding que escriben en tercera persona y pasado porque queda más serio jamás se desvían de la trama para darte la chapa con el sistema jurídico-económico de su mundo. ¡Con lo que se lo han currado, las pobres almas en desgracia! ¿Cómo van a dejarlo fuera? Y ya me dirás tú, Francisco Fernando, cómo coño cuentas una historia en la que un personaje está descubriendo un universo nuevo sin una puñetera descripción, aunque los detalles sean algo difusos o incluso poco fiables, por muy en primera persona y presente que esté. Decid lo que queráis, pero a mí me parece un ejercicio cojonudo intentar representar algo totalmente normal y mundano a través de los ojos de alguien que lo está viviendo por primera vez.

3 «SI NO TE HACE LLORAR, NO ES UN BUEN LECTOR BETA»

Juro que quien dijo esta frase, al igual que los creadores de «quien bien te quiere te hará llorar» o «amores reñidos son los más queridos», era un maltratador de manual.

¡Y un cojón de pato viudo!

Recibir una crítica nunca es fácil. Es posible que cualquier comentario medianamente negativo hacia nuestro manuscrito nos escueza, aun cuando sea totalmente constructivo y venga con la mejor de las intenciones. Todos tenemos nuestro ego y nuestro sentido del ridículo, por pequeños que sean, y tendemos a reaccionar mal cuando nos los tocan. Pero eso ya es problema nuestro. Se trata de aprender a encajarlo con el tiempo y a comprender que con quien estamos enfadados es con nosotros mismos por no haber alcanzado el nivel de perfección con el que soñamos, no con quien nos ha hecho ver esos pequeños defectos.

Sin embargo, hay líneas que no se deben cruzar. Igual que los autores debemos aprender a aceptar que no somos perfectos y que siempre hay aspectos en los que mejorar, los lectores beta deben saber que entre ser crítico y ser cruel hay un abismo como de aquí a Nueva Zelanda. Se puede —¡y se debe!— ser completamente sincero y hacer ver a un escritor los puntos débiles de su obra con amabilidad, simpatía y apoyo. El objetivo es animarle a pulir los detalles que no funcionan bien y mejorar, no convencerle de que queme todo lo que ha escrito, tire los cuadernos (o el ordenador, según gustos) a la basura y se haga el harakiri.

Aprovecho para saludar a nuestra presidenta. Sin ánimo de peloteo, es una de las mejores betas que he tenido jamás: no solo se fijó en pequeñas cosas que muchos otros habían pasado por alto, sino que algunas de sus correcciones me sacaron una carcajada. Esos son los beteos que valen la pena.

2 «PARA APRENDER A ESCRIBIR BIEN HAY QUE LEER (SOLO) A LOS CLÁSICOS»

Antes de nada, gracias a Isa Pedrero por esta joya. Llevaba tiempo queriendo destriparla (a la frasecita, no a ella).

No voy a abrir el melón de qué se considera clásico y qué no y lo limitadas que están ciertas percepciones de la Alta Literatura™, pues ya me he enrollado tanto como siempre y muchas otras personas han escrito sobre el tema antes que yo y con mucho más derecho. Me limitaré a decir lo evidente: que ha llovido mucho desde entonces, y lo que se llevaba en la época de Los Clásicos™ no es lo que se estila hoy en día. En ningún sentido. Cuando Cervantes y Shakespeare estaban en activo, la gente no tenía televisión ni podía buscar imágenes en Google, así que dedicar páginas y páginas a describir algo era perfectamente aceptable. O, por poner un ejemplo más cercano y más de nuestra salsa, en su momento no había problema en que Lovecraft comparase a un personaje afroamericano con un mono o en que todo dios en El señor de los anillos fuera blanco y que Éowyn y Galadriel, con todo lo icónicas y badass que eran, estuvieran poco menos que de decoración.

¿Veis dónde quiero ir a parar?

La sociedad cambia, las necesidades cambian. Si tus únicas influencias y fuentes de inspiración son señores muertos hace más de 200 años, escribirás muy bien… según los cánones de hace más de 200 años. Las generaciones actuales probablemente te tiren los libros a la cara. Pero, oye, aún quedan lectores de esos que suspiran de placer cuando se encuentran palabras arcaicas y se lamentan del empobrecimiento del lenguaje que estamos viviendo en estos tiempos, se vuelven locos con las subordinadas que ocupan cinco renglones y, en general, alaban todo lo que se hace como mandan los santos cánones y las modas de siempre. Si ellos son tu público objetivo, ¿quién soy yo para juzgarte?

1 «DEBERÍAS DEJARLO»

Diría que hay un círculo especial en el infierno para los que han osado pronunciar esta frase, uno que se encuentra más o menos entre el que está reservado para los que llaman gordi a sus parejas y el de los que diseñaron los pantalones con bolsillos falsos, pero mentiría. Ni en el infierno aceptan tal escoria.

A ver…, quiero pensar que, al igual que el consejo que ocupaba el puesto de honor en la otra entrega, muchas veces viene del cariño y de la preocupación: ves a tu amigo/pareja/familiar que se dedica a la escritura entregarse en cuerpo y alma a su arte, hasta el punto de sacrificar su vida social, sus horas de sueño o incluso su cordura, poner toda su ilusión en un proyecto… ¿y para qué? Para luego hundirse en la miseria tras el enésimo rechazo, otra mala experiencia por culpa de un editor con pocos escrúpulos o cualquier otro traumita que se os ocurra. Con semejante panorama, seguro que a más de uno se le ha pasado por la cabeza que este mundillo nos hace más mal que bien y que, para eso, mejor echar los ratos libres jugando al Candy Crush o viendo vídeos de gatitos, que supone menos esfuerzo y muchos menos disgustos.

Pues ¿sabes qué, Carlos Manuel? Que a ese hipotético amigo/pareja/familiar tuyo también le ha venido ese mismo pensamiento a la cabeza miles de veces, y lo último que necesita es que una voz le haga eco desde el exterior. Es de mal gusto y te convierte en un amigo/pareja/familiar de mierda. ¿Conoces eso que se dice de que yo puedo poner verde a mi madre, pero como a ti se te ocurra decir una sola palabra en su contra te arranco los ojos y te los hago tragar? Pues esto es lo mismo: yo tengo permitido decir que a lo mejor debería mandar a la mierda lo de la escritura cuando estoy de bajón, pero tú no te atrevas siquiera a insinuármelo. Nunca y por ningún motivo se te ocurra intentar alejar a alguien de su pasión, aunque en ocasiones parezca que no le trae más que dolores de cabeza.

Y eso es todo lo que tenía que decir por esta vez. Espero que hayáis tenido un buen Halloween/Samhaín/Día de Muertos o lo que celebréis y, si estáis participando en el NaNoWrimo…, fuerza y paciencia.

Saludos con un poco de November Rain,

Vuestra Kate