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Cuenta la leyenda que la abuela Nicolasa no quiere abandonar su casa, por Yolanda Fernández

El día 21 de febrero de 1.817, en la casa sita en la calle de la Ceniza de Valladolid nació don José Zorrilla, poeta y dramaturgo español. Si a estas alturas aún no conocéis las tribulaciones por las que el joven Zorrilla tuvo que pasar para evitar el destino ligado a las leyes que por cuna se le había impuesto y llegar a realizar su sueño, que no era otro que dar rienda suelta a sus fantasmas e inmortalizarlos en papel, estáis tardando.

Detrás de esa figura adusta que muestra la estatua que preside la céntrica plaza que lleva su nombre en Valladolid, hay todo un aventurero, amante del misterio y lo sobrenatural. Estamos seguros que de haber nacido en esta época luciría con orgullo la chapa cylconita.

Además de felicitar al autor, queremos recordar a la figura que más influyó en su querencia hacia el mundo fantástico y su amor por las leyendas populares. Por supuesto, estamos hablando de su abuela paterna: doña Nicolasa.

Podríamos decir aquello de «cuenta la leyenda», pero no. Es el propio autor el que nos relata en su obra biográfica Recuerdos del tiempo el primer encuentro que tuvo con su abuela paterna a la tierna edad de siete años:

«Una señora de cabello empolvado, encajes en los puños y ancha falda de seda verde, a quien yo no había visto nunca, ocupaba el sillón, y con afable pero melancólica sonrisa me hacía señas con la mano para que me acercase a ella. Como ni yo era un chico hosco, huraño, ni mal criado, ni aquella señora tenía nada de medroso, ni amenazador, me acerqué a ella sin miedo ni desconfianza, y puse mi mano derecha entre las dos suyas.

Me pasó la mano por mi suelta cabellera, que mi madre tenía gusto en dejarme larga y en mantenérmela rizada. Me dijo con una voz que no sabré explicar dónde me resonaba, si en el corazón, en el cerebro o en el oído: «Yo soy tu abuelita; quiéreme mucho, hijo mió, y Dios te iluminará.

Estoy seguro de haber sentido el contacto de sus manos en las mías y en mis cabellos, y recuerdo perfectamente que sus palabras me dieron al corazón alegría»

Los que no conozcáis la historia os estaréis preguntando qué tiene de particular que un niño conozca a su abuela, pero en este caso muy normal no fue. Entre otras cosas porque el encuentro se produjo en una habitación de su casa natal que permanecía la mayor parte del tiempo cerrada y a la que entró el pequeño a lomos de su caballito de madera tras un descuido de sus mayores y, lo más importante de todo, porque la adorable señora Nicolasa llevaba ya muerta unos cuantos añitos.

Como suele ser normal en estos casos, el encuentro se atribuyó a la desbordante imaginación del pequeño. Diez años tuvo que esperar don José para cargarse de razón al descubrir en la casa familiar del pueblo de Torquemada el retrato de la señora que había visto en la clausurada habitación y poder constatar que se trataba de su abuela paterna.

Y es en este momento cuando comienza la leyenda.

Con el tiempo, la calle de la Ceniza pasó a llamarse Juan de Juni y la casa donde nació el poeta se convirtió en la Casa Museo de José Zorrilla. En una de las reestructuraciones de la casa decidieron sacar del circuito de visitas la habitación del fondo del pasillo y convertirla en una especie de trastero. Como ya os imaginareis, era la de la abuela Nicolasa.

Y claro, después de tantos años de inquilina, no le sentó demasiado bien que retirasen todas sus pertenencias y llenaran su sanctasanctórum de trastos viejos y deshechos de otras épocas. Su enfado no se hizo esperar y lo manifestó como se suele hacer en estos casos. Espejos rotos, ruidos a deshoras, jugueteos con las luces, cosas fuera de su lugar y cambios de temperatura, comenzaron a amedrentar trabajadores y visitantes de la casa.

Es de sabios rectificar y no tardaron en volver a adecentar la habitación de doña Nicolasa, en aras de conseguir el descanso de la abuelita y del resto del personal. Aun así, cuentan que todavía se puede sentir su presencia y que de vez en cuando sorprende a propios y extraños con alguna trastada que otra.

No queremos despedirnos sin recordaos que la Casa Museo de Zorrilla se ha convertido en un lugar imprescindible para conocer a fondo al autor y su época. Recorrer sus estancias, incluida la habitación de la abuela Nicolasa, decoradas con muebles y enseres del poeta es toda una experiencia inmersiva en el Romanticismo. Además de los recorridos guiados por la casa, si tienes suerte puedes realizar una visita nocturna teatralizada en la que más de un sustillo queda garantizado. Y no solo eso, la Casa Museo también es uno de los centros culturales de referencia de la ciudad con una programación repleta de presentaciones y charlas.

Por último, rogaros encarecidamente que no dejéis de pasear por el delicioso jardín romántico que, cuanto menos, relaja tensiones y alegra el corazón. En él hemos podido disfrutar no solo de presentaciones y charlas, sino también de algún acto que otro del Tenorio representado por la Asociación de Amigos del Teatro de Valladolid, ¿adivináis cuál? E incluso ha servido como uno de los escenarios en la primera survival zombi celebrada en Valladolid.

Y como no hay dos sin tres y ya hemos hablado del teatro y de la casa de don José Zorrilla, habrá que buscar otras leyendas en otros edificios y lugares que llevan su nombre: el estadio, el instituto, el paseo…

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